Gritsby estaba a punto de ahorcarse,
pero su mujer había entrado en el almacén de los trastos
sorprendiéndole subido en la escalera de aluminio.
_ ¿Que haces ahí subido con esa
cuerda? - dijo ásperamente sin sospechar nada-
_ Creo que hay una grieta en el techo,
quería mirar si era grave... - Se le ocurrió decir -
_ ¿Y para que quieres la cuerda?
_ Para no caerme …
Gritsby había pasado la cuerda por un
hueco de la viga; todavía no había hecho el nudo del ahorcado, no
sabía hacerlo. No es nada fácil hacer ese nudo como en la pelis del
Oeste.
_ ¡Joder! - Exclamó para si, ni
ahorcarse tranquilo puede uno.
Desistió de su idea suicida dejándolo
para otra ocasión.
Acarició la idea de aprender a hacer
el nudo del ahorcado en un tutorial de internet pero le pareció
ridícula la idea.
_Cualquier nudo vale para eso, pensó
fríamente, solo hay que atarse y dejar caer la escalera...
Su mujer se asomó otra vez para
decirle que se dejara de arreglos que la comida ya estaba en la mesa.
Mientras subía pesadamente las
escaleras pensó en cual sería la hora mas adecuada para suicidarse
de madrugada o por la tarde, concluyó,
tampoco quería molestar a los servicios de urgencias fuera de horas.
Comer y siesta, días calcados, todo
plano, todo previsto...
Ya se sabe, es la es la vejez, la
naturaleza te prepara para eso...
La vejez es como la adolescencia, llega
de golpe, sin apenas avisar, vivimos como si no tuvieramos que morir
nunca agarrándonos a la frase : Mientras hay vida hay esperanza...
Para saber lo que va a pasar, solo hay
que mirar a los demás.
Nada que no sea lo normal, naces,
creces y te mueres. Si te reproduces y tienes hijos una parte de ti
no consciente se prolonga un poco mas.
Todo comenzó un verano...
Gritsby estaba en la playa, en su
segunda residencia donde pasaba el verano desde que se jubiló.
Pasaba tres meses del verano tostándose en la arena y bañándose en
las trasparentes aguas del Mediterraneo.
Le gustaba bucear, nada fuera de lo
normal de su edad. Se ponía las gafas de silicona que no apretaban,
el tubo que encajaba entre sus maltrechos dientes y se pasaba horas
asomado mirando el fondo del mar.
No tenía deseos de pescar. Una vez
pescó un pulpo, le costó mucho sacarlo de entre las rocas, no era
muy grande, lo sacó y lo puso encima de una roca solo para verlo.
No era como los pulpos de las
pescaderias, era una masa viscosa que se mimetizaba entre los tonos
de las rocas grises, despacio, deslizándose suavemente .
Lo acarició un poco y lo dejó ir .
Solía ir a bucear por la tarde, cuando
casi todo el mundo hace la siesta. Dejaba en la arena las sillas ,
las toallas y la sombrillas preparadas para que cuando llegara su
mujer no tuviera apreturas de turistas.
Braceaba despacio, admirando las molas
de somsos y sardinetas recién eclosionadas ya con el brillo plateado
que las caracteriza
Detrás de los pececillos casi siempre
aparecen peces mas grandes en busca de presas.
Algún pagel o una vaca sagrada, como
denominan localmente a unos peces con un vistoso lunar , a veces
doradas y lubinas. Todo un espectáculo que le hacía olvidar su
aburrida vida cotidiana .
Continuó su su suave braceo,
acercándose un poco a las rocas, a veces había visto cardúmenes de
juriolas, unos pequeños peces de tres colores.
A unos pocos metros de las rocas hay
una fosa muy profunda en la que no se ve el fondo.
Le daba un poco de miedo nadar por
encima de ese abismo.
De pronto emergieron un grupo de
negritos, unos peces muy oscuros con aletas que sugieren alas.
De lo oscuro salen peces oscuros, pensó
tontamente...
Le hubiera gustado ser mas joven y
valiente para atreverse a explorar el fondo de la hendidura, no
obstante contuvo la respiración e hizo una pequeña inmersión de
dos metros para intentar ver algo.
Enseguida le dolieron los oídos y
desistió de ello. Su corazón se puso a latir mas rápido avisando
de su atrevimiento.
El corazón siempre avisa del peligro.
Emergió rápidamente e hizo una
descompresión de oídos haciendo pinza con los dedos en la nariz.
Estaba contento por su atrevimiento, no
había visto gran cosa, solo constatar que era mas profundo de lo que
pensaba.
Tal vez vaciando el mar se podría ver.
Ya estaba a punto de finalizar su
excursión cuando de pronto apareció a unos metros por debajo de él.
Grande como una cabeza humana, unos
largos tentáculos filamentosos se extendían a merced de la poca
corriente. Su cuerpo palpitaba rítmicamente como un extraño
corazón.
Gritsby se alejó temiendo su picadura
urticante.
_¡ Qué … Tan grande !
Sabía de sobra su nombre...
Lo intentó otra vez...
Cuerpo gelatinoso, filamentos, pica,
parece una seta grande con patas, flota a merced del mar -pensó en
un intento de recordar su nombre repasando sus características-
Pero al querer pronunciar su nombre,
solo acudía a su mente una página en blanco.
No se preocupó demasiado, solo le dio
rabia.
Nadó rápidamente hacía la playa, a
lo lejos vio a su mujer ya instalada en la silla de playa con su
capazo naranja y su pañuelo de tul de color azul con dibujos que le
había traído su hija de su viaje a la India .
_ ¿Has visto muchos peces?
_ He visto un bicho enorme, de esos que
pican, de esos con muchas patitas...
_ ¿Una medusa?
_Si, eso, una medusa...
Respiró aliviado al recuperar ese
nombre imposible de recordar momentos antes. Lo repitió mentalmente
varias veces como si quisiera grabarlo como un tatuaje en su memoria.
Apenas había guardado las gafas de
buceo en el cesto, comprobó con un brote de pánico, que el nombre
de la seta filamentosa había desaparecido de su memoria.
La página en blanco se había vuelto a
instalar en su mente.
_¿Era muy grande esa medusa?
_ Me voy a pasear un rato – dijo
Gristby -
_Ponte las gafas y la gorra, que te vas
a quemar...
Gristby echó a andar por la orilla de
la playa dejando que el agua lamiera sus pies, intentando recordar el
maldito nombre del bicho, resultó inútil todo intento.
Una ola de inseguridad se apoderó de
él.
_ ¡Maldito bicho! - exclamó para si-
Todas las historias de pérdida de
memoria se amontonaron en su cabeza
El pianista que se le olvidó tocar el
piano pero todo el resto de recuerdos seguían intactos, el conductor
de autobús que se le olvido donde estaba el freno, el escritor que
se le olvidó el orden del teclado. Pérdida de memoria sectorial,
anómia, olvidar el nombre de las cosas.
Fragmentos desprendidos del edificio de
su vida
No tiene importancia – se consoló-
solo es un bicho gelatinoso, nada necesario, hay cientos de nombres
que nunca sabré y puedo vivir sin saber su nombre.
Pasó el verano razonablemente bien,
intentó ejercicios de memotécnia. Incluso anotó el nombre de la
medusa en un papelito que escondía, pero apenas leía el nombre del
papel, se le borraba en su mente, aparecía un lapso, como si algo no
conectara con sus neuronas.
De vuelta a su casa, consultó con un
neurólogo sobre la anómia.
_ Suele ocurrir, dijo el doctor, es un
fenómeno poco estudiado, tal vez algún trauma producido por una
fobia en su infancia.
Le cobró cien dólares y le dio cita
para otra consulta a la que no acudió.
Soñaba que la medusa nadaba junto a él
cerca del abismo marino, enorme, acariciándolo con sus largos
tentáculos suavemente.
Se despertaba con un extraño picor en
todo el cuerpo.
No era un sueño traumático, solo
inquietante, como si fuera el aviso de algo.
Sucedía que cada vez que soñaba con
la medusa se le borraba el nombre de alguna cosa, como si el animal
se alimentara de su memoria.
Se despertaba y no sabía decir roca...
La lista de nombres cada vez aumentaba
mas.
Le dolió mucho cuando se le olvidó el
nombre del mar, del color azul, gaviota, árbol , arena...
Tenía que emplear sinónimos
constantemente .
Cada vez le costaba mas disimular los
olvidos de los nombres de las cosas.
Se volvió un hombre silencioso, si
tenía que hablar, antes preparaba la frase con ayuda de notas.
Sabía del azul, sabía del mar, de su
belleza, los podía identificar, pero no su nombre.
Solo había que hacer un nudo entorno a
su cuello y tirar la escalera...Fácil y rápido...
Desistió del suicidio con soga, le
pareció una vulgaridad.
Preparó una nota de excusa para su
mujer y tomó el coche para dirigirse al mar con su página en blanco
a cuestas.
Durante el trayecto fue dejando un
rastro de palabras olvidadas.
Desde la costa rocosa pudo localizar el
abismo marino, el mar estaba calmado como un plato de aceite.
Pudo ver la mancha negra de la grieta
donde solía bucear, no se esforzó nada en recordar los nombres de
los peces con mancha negra, ni el nombre de los pececillos que
brillaban entre el agua trasparente.
Abrazó una roca suelta y se lanzó al
mar justo encima de la hendidura donde había emergido la gran
medusa.
Mientras se hundía en busca de los
nombres de las cosas creyó ver a la medusa palpitante al mismo ritmo
que su corazón desbocado.
Una medusa, pensó aferrado a la
piedra.
FIN